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La Iglesia Catolica, Su Funtamento


748 "Cristo es la luz de los pueblos. Por eso, este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia, anunciando el evangelio a todas las criaturas". Con estas palabras comienza la "Constitución dogmática sobre la Iglesia" del Concilio Vaticano
II. Así, el Concilio muestra que el artículo de la fe sobre la Iglesia depende enteramente de los artículos que se refieren a Cristo Jesús. La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo; ella es, según una imagen predilecta de los Padres de la Iglesia, comparable a la luna cuya luz es reflejo del sol.

749 El artículo sobre la Iglesia depende enteramente también del que le precede, sobre el Espíritu Santo. "En efecto, después de haber mostrado que el Espíritu Santo es la fuente y el dador de toda santidad, confesamos ahora que es El quien ha dotado de santidad a la Iglesia" (Catech. R. 1, 10, 1). La Iglesia, según la expresión de los Padres, es el lugar "donde florece el Espíritu" (San Hipóli to, t.a. 35).

750 Creer que la Iglesia es "Santa" y "Católica", y que es "Una" y "Apostólica" (como añade el Símbolo nicenoconstantinopolitano) es inseparable de la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el Símbolo de los Apóstoles, hacemos profesión de creer que existe una Iglesia Santa ("Credo ... Ecclesiam"), y no de creer en la Iglesia para no confundir a Dios con sus obras y para atribuir claramente a la bondad de Dios todos los dones que ha puesto en su Iglesia (cf. Catech. R. 1, 10, 22).


I Los nombres y las imágenes de la Iglesia

751 La palabra "Iglesia" ["ekklèsia", del griego "ek-kalein" - "llamar fuera"] significa "convocación". Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo (cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de "Iglesia", la primera comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella, Dios "convoca" a su Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término "Kiriaké", del que se deriva las palabras "church" en inglés, y "Kirche" en alemán, significa "la que pertenece al Señor".

752 En el lenguaje cristiano, la palabra "Iglesia" designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11, 18; 14, 19. 28. 34. 35), sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La "Iglesia" es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.

Los símbolos de la Iglesia

753 En la Sagrada Escritura encontramos multitud de imágenes y de figuras relacionadas entre sí, mediante las cuales la revelación habla del Misterio inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del "Pueblo de Dios". En el Nuevo Testamento (cf. Ef 1, 22; Col 1, 18), todas estas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo viene a ser "la Cabeza" de este Pueblo (cf. LG 9) el cual es desde entonces su Cuerpo. En torno a este centro se agrupan imágenes "tomadas de la vida de los pastores, de la agricultura, de la construcción, incluso de la familia y del matrimonio" (LG 6).

754 "La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta única y necesaria es Cristo(Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuy pastor será el mismo Dios, como él mismo anunció (cf. Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque son pastores humanos quien es gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo mismo el que sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los pastores (cf. Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las ovejas (cf. Jn 10, 11-15)".

755 "La Iglesia es labranza o campo de Dios (1 Co 3, 9). En este campo crece el antiguo olivo cuya raíz santa fueron los patriarcas y en el que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rm 11, 13-26). El labrador del cielo la plantó como viña selecta (Mt 21, 33-43 par.; cf. Is 5, 1-7). La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a a los sarmientos, es decir, a nosotros, que permanecemos en él por medio de la Iglesia y que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 1-5)".

756 "También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios (1 Co 3, 9). El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42 par.; cf. Hch 4, 11; 1 P 2, 7; Sal 118, 22). Los apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf. 1 Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios: casa de Dios (1 Tim 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1 P 2, 5). San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecidas para su esposo (Ap 21, 1-2)".

757 "La Iglesia que es llamada también "la Jerusalén de arriba" y "madre nuestra" (Ga 4, 26; cf. Ap 12, 17), y se la describe como la esposa inmaculada del Cordero inmaculado (Ap 19, 7; 21, 2. 9; 22, 17). Cristo `la amó y se entregó por ella para santificarla' (Ef 5, 25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, `la alimenta y la cuida' (Ef 5, 29) sin cesar" (LG 6).



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Jesucristo es perfecto Dios y perfecto hombre


8.1 EL MISTERIO DE LA ENCARNACION: CRISTO ES PERFECTO DIOS Y PERFECTO HOMBRE



Enunciación del Misterio El misterio de la Encarnación nos enseña que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, o sea el Hijo, se encarnó y se hizo hombre en las purísimas entrañas de la Virgen María. Encarnar significa hacerse carne, esto es, hacerse hombre. Cuando decimos que el Hijo de Dios se encarnó, queremos expresar que se hizo hombre, tomando un cuerpo y un alma como los nuestros. Cristo es pues, Dios y hombre verdadero. Hay en El dos naturalezas, la divina y la humana, cuya unión forma una sola persona que es la divina.


8.1.2 Errores. Defensa de los Concilios de Nicea, Efeso y Calcedonia Hay tres clases de errores sobre este misterio: unos niegan en Cristo la naturaleza divina; otros la naturaleza humana; y otros, en fin, yerran sobre el modo como se unieron ambas naturalezas. lo. De los que niegan a Cristo su naturaleza divina el principal es Arrio (S.IV). Niega que Jesucristo sea Dios.


Afirma que es una criatura perfectísima ; pero no admite que sea de una misma Naturaleza o Substancia con el Padre. Fue solemnemente condenado por el Concilio de Nicea (a. 325), el cual definió que el Hijo es consubstancial al Padre. Muchos protestantes de nuestros días niegan también la divinidad de Cristo (Bultmann, Bonhoffer, etc.).


2o. Niegan la naturaleza humana los gnósticos y algunos otros herejes: rechazaban que Cristo fuera verdadero hombre; y admitían que su cuerpo no era real sino ficticio, y de apariencia como un fantasma.


3o. Los que yerran sobre el modo de unirse las dos naturalezas en una persona:


a) Nestorio (S.V) enseñó que en Cristo había dos personas, una para cada naturaleza. Y, como consecuencia, que María Santísima no podía llamarse Madre de Dios (teotokós), porque no era madre sino de la persona humana (antropotokós). Fue condenado por el Concilio de Efeso (a. 43l).


b) Eutiques profesó el error opuesto, a saber, que en Cristo no había sino una sola naturaleza, porque la naturaleza humana había sido absorbida por la divina, como el océano absorbe una gota de agua. Esta herejía conocida como monofisismo fue condenada por el Concilio de Calcedonia (a. 451). Otros herejes enseñaron que aunque en Cristo había dos naturalezas, sin embargo, no tenía sino una sola voluntad (monotelismo). No es lícito separse de las nociones para exponer el misterio de la encarnación. En concreto las nociones de "naturaleza" y "persona" indican realmente quién es Jesucristo.


Por eso "son claramente opuestas a esta fe las opiniones (. . .) según las cuales no sería revelado y conocido que el Hijo de Dios subsiste desde la eternidad, en el misterio de Dios, distinto del Padre y del Espíritu Santo- e igualmente las opiniones según las cuales debería abandonar la noción de la única persona de Jesucristo, nacida antes de todos la naturaleza humana y, finalmente la afirmación según la cual la humanidad de Jesucristo existiría. no como asumida con la persona eterna del Hijo de Dios, sino, más bien, en sí tiría, no como asumida con la persona eterna del Hijo de Dios, sino, más bien, en sí misma como persona humana y, en consecuencia, el misterio de Jesucristo consistiría en el hecho de que Dios, al revelarse, estaría de un modo sumo presente en la persona humana de Jesús". (S.C. para la doctrina de la Fe, Decl. 21-11-1972: para defender la fe contra algunos errores actuales acerca de los misterios de la Encarnación y de la Santísima Trinidad), AAS 64 (1972), pp. 237 núm. 3).


8.2 LA UNION HIPOSTATICA


8.2.1 En Cristo hay dos naturalezas En Jesucristo hay dos naturalezas: una divina, porque es Dios; y otra humana, porque es hombre.


a) Su naturaleza divina Jesucristo es Dios desde toda la eternidad, puesto que es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Y es hombre desde la Encarnación, es decir, desde que unió a su Persona la naturaleza humana, en el seno virginal de María Santísima. En el primer capítulo de su Evangelio, nos enseña San Juan esta doble verdad: (y nos dice que): "En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios"; y que "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn. 1, 1; 1, 8).Puesto que en Jesucristo hay dos naturalezas, habrá que decir que aquello que pertenece a la naturaleza en Jesucristo será doble: hay en El, pues, dos entendimientos, uno que corresponde a la Naturaleza divina y otro a la humana. Por la misma razón hay también en El dos voluntades. Respecto a su Naturaleza divina basta decir que tenía todas las perfecciones propias de la divinidad: hablemos de su naturaleza humana.


b) Su naturaleza humana En la naturaleza humana de Cristo, podemos distinguir dos elementos: el cuerpo y el alma.


1o. El cuerpo de Cristo es:

a) real: "Palpad, decía a sus apóstoles después de su resurrección, y considerad que un espíritu no tiene carne ni huesos como vosotros veis que yo tengo" (Lc. 24, 39). b) Delicado y perfectísimo, aunque sujeto al dolor, a las necesidades y a la muerte, porque venía a expiar nuestros pecados.


2o. El alma de Cristo es, como la nuestra, un espíritu creado por Dios para animar su cuerpo. Es, si, infinitamente más perfecta, ya en sus facultades naturales, ya en sus dones sobrenaturales.

b. 1 Facultades naturales

Digamos algo de sus facultades naturales; entendimiento y voluntad. lo. Su entendimiento estaba dotado de excelentes conocimientos. ""En él, nos dice San Pablo, estaban encerrados todos los tesoros de ,la sabiduría y ciencia de Dios" (Col. 2, 3) El entendimiento humano de Jesús estuvo dotado de tres clases de ciencias: la infusa, esto es, infundida directamente por Dios sin necesidad de imágenes ni raciocinios; la beatífica, o contemplación de la divina esencia; y la adquirida por medio de los sentidos y la razón.


Las dos primeras le venían a causa de su unión con el Verbo; la tercera la adquirió con el paso del tiempo, en primer lugar de San José que le enseñó su oficio, de su Madre Santísima, del conocimiento sensible, de las enseñanzas de la Escritura y de los maestros de Israel.


2o. La voluntad humana de Cristo era perfectísima, dotada de eminente poder y santidad, y de perfecta libertad. "Soy dueño de dar mi vida y dueño de recobrarla", decía el Salvador (Jn. 10, 18).


Tenía la voluntad de Cristo dos eximias perfecciones, de que carece la nuestra: la impecabilidad (no podía pecar, ni sentía inclinación al mal); y la integridad (en él no había concupiscencia, sino que el apetito estaba perfectamente sometido a la razón, puesto que en Cristo no existía el pecado original, ni aquellas de sus consecuencias que envuelven imperfección moral). Había también en Cristo perfecto acuerdo entre su voluntad humana y la divina.


En su voluntad humana se daba principalmente un amor tiernísimo para con sus padres; y de amor, misericordia y mansedumbre con los hombres. "Mi comida es hacer la Voluntad del que me ha enviado ". "Venid a mí todos los que estáis agobiados por el sufrimiento, que yo os aliviaré". "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Jn. 4, 34 - Mt. 11, 28, 29).


En Cristo hubo pasiones; y así leemos en la escritura que amó con predilección a San Juan, lloró ante la tumba de Lázaro, y se llenó de angustia, tedio y tristeza al pensamiento de su pasión. Sus pasiones, sin embargo, se diferenciaban de las nuestras en que nunca tendieron a un fin malo, y siempre obedecían la dirección rectísima de su voluntad.


b.2 Dones sobrenaturales y preternaturales


Cristo estuvo adornado con la plenitud de la gracia, virtudes y dones del Espíritu Santo; y no podía ser de otra manera dada su unión íntima y personal con la divinidad. "Hemos visto su gloria, lleno de gracia y de verdad. De su plenitud todos hemos recibido" (Jn. 1, 14, 16). Respecto a los dones preternaturales ya hemos indicado que tuvo la ciencia y la integridad; más no la inmunidad ni la inmortalidad, pues quiso expiar nuestros pecados sometiéndose al sufrimiento y a la muerte.


8.2.2 En Cristo no hay sino una persona: la Divina Las dos naturalezas de Cristo están unidas en una sola persona, que es la divina, a quien llamamos Jesucristo. El Verbo divino no se unió a una persona humana, sino a una naturaleza humana; y así la persona divina hace las veces de persona no sólo para la Naturaleza divina, sino también para la naturaleza humana, a la cual se unió. Nuevamente aquí se encuentra nuestra inteligencia frente a un misterio.


Podemos comprobar que en esta unión no hay contradicción, pero no podemos comprender a fondo cómo se hace. Creemos sí con absoluta firmeza en él, porque Dios nos lo reveló en forma que nos brinda plena certidumbre.Así como dijimos que en Jesucristo todo lo que se refiere a la naturaleza es doble -dos inteligencias, dos voluntades-, todo lo que se refiere a la persona será único: y así, no adoro en El dos seres, sino uno solo, no actúan dos individuos sino uno solo, etc.


8.2.3 La unión hipostática: Noción La unión de las dos naturalezas en Cristo se llama hipostática o persona, porque ambas están unidas en una sola Persona: la del Verbo. Hipóstasis es el sustantivo griego que corresponde al sustantivo castellano persona, e hipostático el adjetivo que corresponde al adjetivo personal.


Las dos naturalezas de Cristo se mantienen íntimamente unidas, pero sin confundirse; como el cuerpo y el alma en el hombre están en íntima unión, pero sin confundirse el uno con la otra. La unión de las dos naturalezas en Cristo es perpetua. El Verbo tomó la naturaleza humana para siempre. Por eso en la Eucaristía y en el cielo su divinidad permanece unida a su cuerpo y a su alma.


8.3 ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA UNION HIPOSTATICA. Esta unión tiene consecuencias importantes:


a) todos los actos de Cristo tienen valor infinito;

b) su humanidad;

c) hay comunicación merece adoración de propiedades entre las dos naturalezas.


8.3.1 Valor infinito de sus actos La persona, en general, tiene la propiedad de ser centro de atribución de todos los actos del individuo; de modo que todo lo és baga se atribuye a su persona. Por ejemplo, no se dice: mi garganta canta, mi voz habla, mi cerebro siente; sino, yo canto, yo hablo, yo siento; atribuyendo al mismo "yo" todas mis acciones.Lo mismo pasa en Cristo. Todas sus acciones, así las de su Naturaleza divina como las de la humana, se refieren a su persona.


Así decimos que Cristo creó el mundo (obra propia de Dios), y que padeció (obra propia del hombre). De esta doctrina se saca la consecuencia importantísíma que todas las acciones de Cristo, aun las propias de su naturaleza humana tienen valor infinito por atribuirse a la persona divina del Verbo.


Esta doctrina nos permite también ilustrar la Redención: En efecto, si hubiera en Cristo dos personas, una divina y otra humana, la Redención no hubiera podido verificarse; pues la persona divina no hubiera podido padecer ni morir; y la persona humana hubiera podido padecer y morir, pero sus acciones no tendrían valor infinito, por no proceder de una persona divina. Por el contrario, en la doctrina católica se ilustra la Redención; porque Cristo padece en cuanto hombre, esto es , en su naturaleza humana; pero sus padecimientos tienen valor infinito por la unión personal entre la naturaleza humana y la Persona divina.


"En efecto, amó Dios tanto al mundo, que le dio a su unigénito Hijo. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo" (Juan Pablo II, Enc. Redemptor Hominis, 4-11-1979, Núm. 8), (cfr. Puebla, n. 400).


8.3.2 Su Humanidad merece adoración

La Humanidad de Cristo merece ser adorada a causa de su unión personal con el Verbo divino. De modo que el culto que se rinde a su Humanidad se rinde al Hijo de Dios. Por eso la Iglesia permite que al Corazón de Jesús y a sus sagradas llagas, se dé culto directo de latría o adoración, Igualmente permite que a la santa Cruz, a los clavos de la pasión, a la sábana santa, etc. se dé culto indirecto de latría, por la relación íntima que guardan con la naturaleza humana de Cristo.


8.3.3 Comunicación de propiedades

La comunicación de propiedades consiste en que puede atribuirse a Cristo Dios lo que es propio de la naturaleza humana; y a Cristo hombre lo que es propio de la naturaleza divina. Así se puede decir que Dios murió y resucitó; o que un hombre es inmortal y omnipotente.


Debe mantenerse el cuidado de emplear términos concretos, y no abstractos. Así se dices que Dios es hombre, murió, etc., pero sería gravísimo error decir que la divinidad es la humanidad, o que la divinidad murió.


La razón es porque no todo lo que puede aplicarse a la persona de Cristo, puede aplicarse a la divinidad en general. Esta comunicación de propiedades la llaman los teólogos comunicación de idiomas, porque idioma quiere decir en griego propiedad; viene del adjetivo, idios, que significa propio, particular.


Por Pbro. Pablo Arce Gargollo


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Cuestionamientos basicos sobre Jesucristo, Doctrina Esencial sobre el plan de Salvacion


El Plan de Reconciliación: El Señor Jesús
Después del pecado de Adán y Eva, ellos y todos sus descendientes quedaron en poder del demonio. Nosotros también. Dios tuvo compasión de los hombres y prometió un Redentor que nos reconciliaría, sanando las rupturas. Este Reconciliador nacería de una Mujer que aplastaría con su pie la cabeza de la serpiente infernal que había engañado a Adán y Eva.

Por esto, todo el pueblo de Israel esperaba al Salvador. Los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento iban recordando al pueblo elegido la promesa de Dios.

Se cumplió la promesa hecha por Dios de Adán y Eva cuando la segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre en las purísimas entrañas de la Virgen María por obra del Espíritu Santo; y cuando este Dios y Hombre verdadero - Jesucristo - murió en la Santa Cruz para pagar por todos los pecados del mundo, reconciliándonos así con Dios, con nosotros mismos, con los hermanos humanos y con toda la creación.

¿Tuvo Dios compasión de los hombres después del pecado de Adán y Eva?
Si, Dios tuvo compasión de los hombres después del pecado de Adán y Eva, y para salvarnos prometió un Redentor.

¿Quién es el Redentor y Reconciliador de los hombres?
El Redentor y Reconciliador de los hombres es Jesucristo.

¿Quién es el Señor Jesús?
El Señor Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que nació de la Virgen María, murió en la Cruz para salvar a todos los hombres y resucitó al tercer día.

¿Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre?
Si, Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de una sola Persona que es divina.

¿Desde cuándo existe Jesucristo?
El Señor Jesús, como Dios, existe desde siempre porque es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; y como hombre, existe desde la Encarnación.

¿Qué es la Encarnación?
La Encarnación es el misterio de la unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única Persona de Dios Hijo.

¿Cómo se realizó la Encarnación del Hijo de Dios?
La Encarnación del Hijo de Dios se realizó cuando el Espíritu Santo, de las purísimas entrañas de la Virgen María, formó un cuerpo perfecto, sin pecado, y un alma nobilísima que unió a aquel cuerpo; en el mismo instante, a este cuerpo y alma se unió el Hijo de Dios y de esta manera el que antes era sólo Dios, sin dejar de serlo, quedó hecho hombre, igual a todos los hombres en todo, menos en el pecado.

¿Se podría decir que en Cristo hay dos personas?
Nunca, en Jesucristo hay una sola Persona que es divina, con dos naturalezas: la divina y la humana.
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Jesucristo no es una parte de nuestra fe. No es siquiera un tema de estudio cuyos límites se pudieran determinar de antemano. Su persona ocupa el corazón del acto de fe y cualquier creyente está obligado a responder a la pregunta que Jesús planteaba: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Desde aquella profesión global y totalizante del grupo apostólico: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" hasta hoy, la respuesta se ha ido expresando y desarrollando de un modo progresivo. Queremos situar las grandes etapas de este desarrollo, no por preocupación meramente histórica, sino porque eso nos permite entroncarnos con la esencia de la fe: esa esencia que aún hoy corre el riesgo de ser deformada y desconocida.


1. EL PUNTO DE PARTIDA.
Evidentemente lo encontramos en el Nuevo Testamento. Es un punto de partida doble: está la fe de las primeras comunidades cristianas, y está la experiencia viva del grupo apostólico. Este último punto es la raíz de donde brota todo.

a) La experiencia del grupo apostólico. Cuando 'los apóstoles se encontraron con Jesús de Nazareth, vieron en El un simple hombre, el hijo de María. Ellos pensaron, como todo el mundo, que era hijo de José también. Vivieron con El durante varios meses, compartiendo su vida, su comida, su amistad y su trabajo. Para ellos se trataba de un ser excepcional, pero en principio era simplemente un hombre; un hombre enfrentado con la indiferencia y la hostilidad de unos, abierto a la amistad de otros, y angustiado ante la muerte. Cuando anunciaron a Jesús, le presentaron como un hombre "a quien Dios acreditó" (Act.2, 22).


¡Un hombre! ¡Nada del otro mundo! Sin embargo, ¡cuántos creyentes han sentido la tentación, y la sienten aún hoy, de minimizar, de reducir, de no tomar en serio este aspecto de la realidad de Jesús! Esa afirmación de los primeros cristianos a pesar de todo, es de capital importancia. Es un aspecto inseparable del aspecto total de Jesucristo y representa uno de los elementos esenciales del hecho de Jesús. Ser hombre no es solamente tener un cuerpo. Consiste ante todo en tener una conciencia humana, con sus límites, y una libertad humana con el riesgo de sus opciones. Precisamente por eso es por lo que Jesús pertenece a nuestra raza, y por eso precisamente Jesús puede comprendernos, hablarnos y salvarnos (2).

Pero en este hombre tan cercano a ellos, los apóstoles empiezan a ver y a adivinar poco a poco la acción y la presencia de Dios. Por su autoridad en obras y palabras, por su manera de vivir y de rezar, por los poderes divinos que asume y por las exigencias que formula, este hombre les plantea una pregunta: ¿Quién es?, porque "Jesús" no es un insensato, ni un blasfemo; es el profeta más equilibrado, el más humilde y sobre todo el más religioso; es el más atento cuando se pone a rezar con el Padre con una confianza de hijo, el más preocupado en proclamar su voluntad y el más decidido a someterse a ella aunque sea hasta la muerte. Ese es el rasgo más sorprendente y el más significativo de la actitud de Jesús, el rasgo que obliga a los Doce, y a rostros también, a plantearse esta pregunta:


"¿Quién es, pues, este hombre?" (3)
Solamente de una manera paulatina y progresiva respondieron Ion Do ce a la pregunta que les planteaba aquel hombre de carne y hueso que se atribuía unos poderes divinos y que exigía de los demás una elección definitiva v absoluta. Los apóstoles se guiaron principalmente por sus palabras; unas palabras que manifestaban una libertad y una soberanía sorprendentes respecto a la Ley y que mostraban cuál era su relación y su situación respecto a Dios, Unas palabras que confesaban que El era superior a Moisés y a los profetas del Antiguo Testamento: "Habéis oído que se dijo a los antiguos... Pues yo os digo" (Mt. 5, 21-22; 27-28). El no se pone nunca a nivel de los discípulos, v a propósito de Dios apunta cuidadosamente: "Mi Padre y •; vuestro Padre".

Pero sobre todo fue el acontecimiento de la Pascua el que iluminó a los apóstoles. Entonces descubrieron la paradoja de ese hombre. Percibieron el secreto de su existencia; es sin duda el Hijo de Dios, y Dios lo ha constituido Señor al resucitarlo de entre los muertos. "Ciertamente, para ellos, Jesús es un misterio, un misterio al que no podrán acceder si no es mediante la fe. Pero esta fe está enraizada en una experiencia histórica. Por eso proclaman con una certeza inquebrantable que Jesús es verdadero Dios v verdadero hombre" (4).

b) La fe de las primeras comunidades. Sobre la fe, el testimonio y la predicación de los Doce reposa la certeza y la fe de las primeras comunidades cristianas (cf.l Jn.1, 1-3). Para expresar la riqueza do su fe en Jesús las comunidades le dan a Jesús ciertos nombres, títulos, algunos de los cuales nos dicen bien poco actualmente, pero que pueden aún indicarnos algo respecto a su persona y su misión: es el Profeta, el Servidor, el Hijo del Hombre, el Verbo de Dios, el Señor.


Estos títulos "definen el papel o la identidad de Cristo y son enteramente bíblicos. Los Evangelios no descartan ninguno. La misión de Jesús es tan compleja, tan rica, que no hay ningún nombre que pueda definirla de un modo adecuado. Cada título tratado fijar en un lenguaje conocido la misión de Jesús. ¿Pero ninguno de ello? Es suficiente para definirla en toda su totalidad. Cada uno nos presenta solamente un aspecto de la misma (...)

Todos son indispensables. Y ninguno puede asumirlos todos de tal manera que los demás se hagan inútiles. Es justamente esta multiplicidad la que nos ayuda a comprender en cierta manera el misterio de Jesús". (5)

El conjunto de estos títulos dados a Jesús por las primeras comunidades cristianas expresa en toda su lozanía la fe en el misterio de Cristo. No hay nada de mitológico en estas expresiones, sino una forma de pensar ajena a toda especulación filosófica, profundamente enraizada en el terreno bíblico, extremadamente concreta y espontáneamente cimentada sobre la unidad de la persona: el hombre y Dios conviven simultáneamente en la persona de Jesús de Nazaret. Jesús es confesado como Hijo de Dios hecho hombre, Hombre Dios en una única persona que vivifica con su Espíritu a la comunidad, que renueva profundamente el corazón del hombre e instaura una existencia nueva. Transformados por su fe en Jesucristo, los creyentes experimentan una novedad radical en su existencia personal y en la historia de la humanidad. Se trata además de una fe vivida y afirmada pacífica y serenamente.


(2) A. George, en Que dites-vous de Christ? (le Cerf) Págs.60-61
(3) Opcit. Págs.63-64
(4) A. George, opcit. Pág.67
(5) Ch. Duquoc, Cristología, pág.174. El estudio de los títulos de Cristo y de su condición humano divina ocupa la segunda parte de la
obra.

El hombre esta llamado a ser parte del pueblo de Dios


El Pueblo de Dios
Fuente: http://www.churchforum.org.mx/
Jesús vino a la tierra no sólo para revelarnos su divinidad y la verdad de los grandes problemas de la existencia. Vino, como dice el Evangelio, para que tuviéramos vida (Jn. 10,10), para salvar lo que estaba perdido (Lc. 19, 10). Pero esta vida Jesús quiso dárnosla no individualmente sino en comunidad. Para este fin se eligió un pueblo con un nombre especial: la Iglesia, comunidad de salvación y depositaria al mismo tiempo de los medios para conseguirla, y llama a la vida eterna.

LA IGLESIA ES LA PROYECCION EN EL TIEMPO DE AQUEL HECHO UNICO QUE FUE LA ENCARNACION DEL HIJO DE DIOS.

El libro del Génesis nos dice que un día habló Dios a un hombre del desierto llamado Abraham y le invitó a abandonar su país y su familia para establecerse en una tierra que El mismo le mostraría.
En premio de su obediencia lo constituiría padre de un gran pueblo que se distinguiría de todos porque el principio que le había dado origen y lo tenía unido era un principio religioso, una llamada de Dios renovada continuamente, una elección particular. "Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahvé, tu Dios. Yahvé, tu Dios, te ha elegido para pueblo suyo entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra. Yahvé se fijó en vosotros y os eligió, no por ser el pueblo más numeroso entre todos los pueblos, ya que sois el más pequeño de todos. Porque Yahvé os amó y porque ha querido cumplir el juramento hecho a vuestros padres, y os ha sacado de la tierra de Egipto con mano poderosa y os ha librado de la casa de la esclavitud, de la mano del Faraón, rey de Egipto" (Dt. 7, 6-8).

Durante el viaje de retorno de Egipto Dios firmó un pacto de alianza con este pueblo. "Escribió, pues, Moisés todas las palabras de Yahvé, y levantándose de mañana erigió un altar al pie de la montaña y doce cipos por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los hijos de Israel a ofrecer holocaustos e inmolar novillos como sacrificios pacíficos en honor de Yahvé. Después tomó Moisés la mitad de la sangre y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó luego el libro de la Alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: Cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y la derramó sobre el pueblo diciendo: Esta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros, mediante todas estas palabras" (Ex. 24, 4-8).

Toda la historia de Israel gira en torno a este pacto. El bien y la prosperidad son la recompensa de Dios a la fidelidad, como el mal es el castigo a la infidelidad. Sin embargo, la predilección de Dios no se ve correspondida. El pueblo escogido es infiel y se abandona con frecuencia a la idolatría y viola los mandamientos que había prometido observar. Hay un cierto momento en que Dios se hastía de tanta infidelidad y lo rechaza: "porque vosotros no sois ya mi pueblo ni yo soy vuestro Dios" (Os. 1, 9). Solamente salvará de esta reprobación al pequeño "resto" formado por aquellos pocos que se mantuvieron fieles en la infidelidad general.

Serán el primer núcleo de otro pueblo que Dios formará y con el que sellará una alianza que no se quebrantará jamás (Jer. 31, 31-34).
Esta nueva alianza supondrá una transformación interior, un corazón nuevo que permitirá al pueblo observar las promesas hechas (Ez. 36, 26-28). También será universal, abarcará todos los pueblos de la tierra (Is. 2, 2-3; Zac. 2, 14-15).

Por eso el pueblo de Dios, tal como lo describe el Antiguo Testamento, tiene origen en una llamada, en una elección. Su unión es el producto de un principio externo. En su historia Dios inicia un nuevo modo de manifestarse a los hombres: no sólo ni principalmente en los fenómenos naturales, sino también en los acontecimientos históricos.

Al llegar la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios se hace hombre y fija su morada entre los hombres (Jn. 1, 14), en torno a esta reúne al nuevo pueblo. Lentamente se forma en pos de el una pequeña comunidad de personas, los apóstoles, representantes del primer núcleo del nuevo pueblo que vino a formar en la tierra. Hace una nueva alianza con el sacrificio de su propia sangre: "Este cáliz - dice a los apóstoles - es la nueva alianza de mi sangre"
(Lc. 22, 20).
También este nuevo pueblo de Dios surge de una llamada, de una vocación. La muerte de Cristo está destinada a reunir a todos los hijos de Dios (Jn. 11, 52) para que todos tengan la vida y la tengan abundante (Jn. 10, 10). Cristo será luz del mundo para todos (Jn. 8, 12), el que los purifique de sus pecados (Jn. 1, 29).

Cristo, después de su Resurrección, encomienda a sus apóstoles predicar su reino a todos los hombres: " Y llegándose Jesús les habló diciendo: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt. 28, 18-20).
Cristo les promete enviar el Espíritu Santo para fecundizar su palabra y constituirlos testimonios ante el mundo (He. 1, 8), con esta ayuda proclamarán su doctrina en todo el mundo.

Así pues, todos los hombres están llamados a formar parte del pueblo de Dios, un pueblo verdaderamente católico, en el que las diferencias sociales y nacionales desaparecen para dar origen a un pueblo nuevo "en el que no cabe distinción entre griego y judío, circuncisión o incircuncisión, bárbaro, escita, siervo, libre, sino que Cristo es todo en todos" (Col. 3, 11) porque todos son hijos del mismo Padre que es Dios.

A diferencia del antiguo, el nuevo pueblo de Dios debe su unidad no sólo a una vocación externa o a la observancia de una ley promulgada por el mismo Dios, sino a un principio interno que obra en sus miembros un renacer espiritual. "El que no nace de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn. 3, 5). Este principio es la vida divina que se nos infunde en el bautismo para morir al hombre viejo y nacer al nuevo. Para desarrollar esta vida Jesús instituyó los sacramentos, en particular la Eucaristía en la que el pueblo de Dios encuentra su unidad máxima alimentándose del mismo pan de vida y bebiendo del mismo cáliz de la sangre del Hijo de Dios (I Cor. 10, 16-17). Así Cristo derriba el muro entre el pueblo elegido y los otros siendo todos huéspedes y miembros de la casa de Dios (Ef. 2, 14-16).

El nuevo pueblo de Dios es sacerdotal, Profético y Real. El Nuevo Testamento nos indica en algunos textos la dignidad de sus miembros y lo que significa estar consagrados a Dios.
San Pedro, en su primera carta, nos explica que, por el bautismo, somos SACERDOTES, es decir, templo espiritual que celebra y ofrece el culto espiritual; cada miembro es piedra viviente de un edificio que se apoya en la piedra angular que es Cristo para ofrecer con El el sacrificio espiritual (I Pe. 2, 1-10). Más adelante, San Pedro relaciona el carácter sacerdotal del pueblo de Dios con la proclamación del Evangelio. Es decir, es también un pueblo PROFETICO destinado a anunciar a los otros el Evangelio de salvación (IPe.2, 12).

San Pablo nos habla también de este SACERDOCIO de los fieles: “Así que os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: este es el culto que debéis ofrecer" (Rom. 12, 1).
San Juan nos llama "un reino de SACERDOTES" (Ap. 1, 6). El sacrificio de Cristo hizo a los cristianos REYES: "Porque has sido degollado has rescatado para Dios con tu sangre a los hombres de todas las tribus, lengua, pueblo y nación. Tú has hecho para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes reinando sobre la tierra" (Ap.5,9-10).

Los sacrificios que ofrece este pueblo de sacerdotes son espirituales. Son, por ejemplo, las oraciones que el pueblo cristiano ofrece a Dios, la entrega total del propio cuerpo y de todo el ser a Dios; la fe que San Pablo llama "sacrificio"; la predicación del Evangelio; las "limosnas" que llama el apóstol "perfume suave, ofrenda agradable y aceptada por Dios"; "la beneficencia y mutua ayuda" (Ap. 8, 3-4; Rom. 12, 1; Flp. 2, 17; Rom. 15, 16; Heb. 13-16). En una palabra, son sacrificios espirituales las acciones de la vida cristiana informadas por la fe y la caridad.
En este sentido, toda la vida del cristiano es un acto sacerdotal.
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La fe en Jesucristo



Catequesis de S.S. Juan Pablo II durante la audiencia general de los miércoles


18 de Marzo de 1998


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1.Mirando al objetivo prioritario del jubileo, que es «el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos» (Tertio millennio adveniente, 42), después de trazar en las anteriores catequesis los rasgos fundamentales de la salvación traída por Cristo, nos detenemos hoy a reflexionar en la fe que él espera de nosotros.
A Dios, que se revela —como enseña la Dei Verbum—, se le debe «la obediencia de la fe» (cf. n. 5). Dios se reveló en la Antigua Alianza, pidiendo al pueblo por él elegido una adhesión fundamental de fe. En la plenitud de los tiempos esta fe ha de renovarse y desarrollarse, para responder a la revelación del Hijo de Dios encarnado. Jesús la exige expresamente, dirigiéndose a los discípulos en la última Cena: «Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14, 1).

2. Jesús ya había pedido al grupo de los doce Apóstoles una profesión de fe en su persona. Cerca de Cesarea de Filipo, después de interrogar a los discípulos qué pensaba la gente sobre su identidad, les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15). Simón Pedro responde: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

Inmediatamente Jesús confirma el valor de esta profesión de fe, subrayando que no procede simplemente de un pensamiento humano, sino de una inspiración celestial: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Estas palabras, de marcado color semítico, designan la revelación total absoluta y suprema: la que se refiere a la persona de Cristo, el Hijo de Dios.

La profesión de fe que hace Pedro seguirá siendo expresión definitiva de la identidad de Cristo. San Marcos utiliza esas palabras para introducir su Evangelio (cf. Mc 1, 1). San Juan las refiere al concluir el suyo, cuando afirma que lo escribió para que se crea «que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios», y para que, creyendo, se pueda tener vida en su nombre (cf. Jn 20, 31).

3. ¿En qué consiste la fe? La constitución Dei Verbum explica que por ella «el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece "el homenaje total de su entendimiento y voluntad", asintiendo libremente a lo que Dios revela» (n. 5). Así pues, la fe no es sólo adhesión de la inteligencia a la verdad revelada, sino también obsequio de la voluntad y entrega a Dios, que se revela. Es una actitud que compromete toda la existencia.

El Concilio recuerda también que, para la fe, es necesaria «la gracia de Dios que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios abre los ojos del espíritu y concede "a todos gusto en aceptar y creer la verdad"» (ib.). Así se ve cómo la fe, por una parte, hace acoger la verdad contenida en la Revelación y propuesta por el magisterio de quienes, como pastores del pueblo de Dios, han recibido un «carisma cierto de la verdad» (ib., 8). Por otra parte, la fe lleva también a una verdadera y profunda coherencia, que debe expresarse en todos los aspectos de una vida según el modelo de la de Cristo.

4. Al ser fruto de la gracia, la fe influye en los acontecimientos. Se ve claramente en el caso ejemplar de la Virgen santísima. En la Anunciación, su adhesión de fe al mensaje del ángel es decisiva incluso para la venida de Jesús al mundo. María es Madre de Cristo porque antes creyó en él.
En las bodas de Cana, María por su fe obtiene el milagro. Ante una respuesta de Jesús que parecía poco favorable, ella mantiene una actitud de confianza, convirtiéndose así en modelo de la fe audaz y constante que supera los obstáculos.
Audaz e insistente fue también la fe de la cananea. A esa mujer, que acudió a pedirle la curación de su hija, Jesús le había opuesto el plan del Padre, que limitaba su misión a las ovejas perdidas de la casa de Israel. La cananea respondió con toda la fuerza de su fe y obtuvo el milagro: «Mujer, grande es tu fe que te suceda como deseas» (Mt 15, 28).
5. En muchos otros casos el Evangelio testimonia la fuerza de la fe. Jesús manifiesta su admiración por la fe del centurión: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. (Mt 8, 10). Y a Bartimeo le dice: «Vete, tu fe te ha salvado» (Mc 10, 52). Lo mismo repite a la hemorroísa (cf. Mc 5, 34).
Las palabras que dirige al padre del epiléptico, que deseaba la curación de su hijo, no son menos impresionantes: «Todo es posible para quien cree» (Mc 9, 23).

La función de la fe es cooperar con esta omnipotencia. Jesús pide hasta tal punto esta cooperación, que, al volver a Nazaret, no realiza casi ningún milagro porque los habitantes de su aldea no creían en él (cf. Mc 6, 5-6). Con miras a la salvación, la fe tiene para Jesús una importancia decisiva.

San Pablo desarrollará la enseñanza de Cristo cuando en oposición con los que querían fundar la esperanza de salvación en la observancia de la ley judía, afirmará con fuerza que la fe en Cristo es la única fuente de salvación: «Porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» (Rm 3, 28). Sin embargo, no conviene olvidar que san Pablo pensaba en la fe auténtica y plena, «que actúa por la caridad» (Ga 5, 6). La verdadera fe está animada por el amor a Dios, que es inseparable del amor a los hermanos.

Que es la Fe y en que Creemos?


CREEMOS: Estos son los parrafos del catecismo de la Iglesia Catolica, que es en donde esta contenida la fe , en lo que cree y se fundamenta la Iglesia, he aqui pues, unos parrafos con el numero del cual fueron tomados inica esplicando la fe y luego pasa a decir lo que creemos...


166 La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros.


167 "Creo" (Símbolo de los Apóstoles): Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en su bautismo. "Creemos" (Símbolo de Nicea-Constantinopla, en el original griego): Es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. "Creo", es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: "creo", "creemos".



168 La Iglesia es la primera que cree, y así conduce, alimenta y sostiene mi fe. La Iglesia es la primera que, en todas partes, confiesa al Señor ("Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia", cantamos en el Te Deum), y con ella y en ella somos impulsados y llevados a confesar también : "creo", "creemos". Por medio de la Iglesia recibimos la fe y la vida nueva en Cristo por el bautismo. En el Ritual Romanum, el ministro del bautismo pregunta al catecúmeno: "¿Qué pides a la Iglesia de Dios?" Y la respuesta es: "La fe". "¿Qué te da la fe?" "La vida eterna".

169 La salvación viene solo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: "Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento, y no en la Iglesia como si ella fuese el autor de nuestra salvación" (Fausto de Riez, Spir. 1,2). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe.

¿Quien es Jesucristo?



Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Isaías 9:6.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo.

En el mundo estaba y el mundo por Él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. mas a los que le recibieron, a los que creen en su nombre les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, no de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros... Juan 1:1.
Este es El Señor y Dios de todo ser humano. El libertador y salvador de las almas, El Dios Eterno. Tu amigo.

DIOS AMA AL HOMBRE AUN SIENDO PECADOR; QUE ES NO AMARLE A EL
De tal manera amó Dios al mundo que entregó a su hijo unigénito para que todo aquél que en Él crea tenga vida eterna, mas no se pierda. Juan 3:16.
Antes hemos visto que Jesucristo es el mismo Dios. ¿Cómo es que entonces dice que su Hijo es dado por nuestros pecados? Debemos comprender que Dios es el único que puede sacarnos de la muerte, el único que tiene el poder de resucitar a los muertos y darles vida eterna. Dios nos ama tanto que viene en carne y entra en el reino de la muerte, tras la cruz, y salva al hombre, resucitando para darnos la victoria por la fe, que es un don suyo. Reflexión: no tendríamos salvación si Jesucristo hubiera sido un hombre y no Dios. Gloria le sea dada por todos nosotros.

EL NUEVO NACIMIENTO DEL HOMBRE
Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Juan 3:3 al 8.

El hombre está muerto al Espíritu de Dios, porque prefiere vivir si Él, pero cuando se da cuenta de su soledad y le abra el corazón, si de enamora de Dios en Cristo, entonces recibe el Espíritu Santo, porque el hombre necesita nacer de nuevo, de lo alto.

Cuando una persona ha nacido del Espíritu de Dios, entra en una dimensión que antes no podía ver. Es como si le diésemos la vista a un ciego de nacimiento. Nosotros somos ciegos espirituales de nacimiento. Cuando Dios nos abre nuestros ojos, cuando Jesucristo sanó al ciego de nacimiento, nos está enseñando en realidad, además de aquel milagro, que necesitamos ver la vida eterna que es la espiritual. Él nos enseña su mente para que la recibamos, si sentimos que le queremos y le echamos de menos por el vacío existencial que traemos en nuestras almas desde antes de la fundación del mundo, incluso cuando no tenemos aun uso de razón, Dios ha previsto que le conozcamos a Él.
No se quede nadie en la dimensión de la oscuridad; venid a Él y os dará la Luz para que seáis luz.
Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Efesios 5:16.
Que privilegio poder vivir desde hoy con Dios, mediante este nuevo nacimiento, mediante el entendimiento espiritual. Comparte tu vida con él. Es tu mejor amigo.
Lea un Estudio Bíblico completo sobre
NACER DE NUEVO.

LA NUEVA VIDA CON JESUCRISTO
Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras de mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y en fuego. Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará. Mateo 3:11. Esto nos dijo Juan Bautista. Anuncia a otros el evangelio o buena noticia de la obra de Dios para con los hombres.
Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo... ...pueblo adquirido por Dios para que anunciéis las virtudes de aquél que os llamó de las tinieblas a la luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero que ahora habéis alcanzado misericordia. 1 Pedro 2:4 al 10.
Es este bautismo del Espíritu como una unción que te cubre de arriba abajo y te cambia la mente, para que creas la verdad que es el mensaje de Dios al hombre y no el mensaje de la sociedad dependiendo de cada época.

...Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado por cuanto no creen en mí; de justicia por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, Él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Juan 16:7 al 13

JESUCRISTO YO SOY EL CAMINO LA VERDAD Y LA VIDA


Jesucristo Dios, Camino, Verdad y Vida..

1. El ciclo de las catequesis sobre Jesucristo tiene como centro la realidad revelada del Dios)Hombre. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es la realidad expresada coherentemente en la verdad de la unidad inseparable de la persona de Cristo. Sobre esta verdad no podemos tratar de modo desarticulado y, mucho menos, separando un aspecto del otro. Sin embargo, por el carácter analítico y progresivo del conocimiento humano y, también en parte, por el modo de proponer esta verdad, que encontramos en la fuente misma de la Revelación (ante todo la Sagrada Escritura), debemos intentar indicar aquí, en primer lugar, lo que demuestra la divinidad, y, por tanto, lo que demuestra la humanidad del único Cristo.

2. Jesucristo es verdadero Dios. Es Dios-Hijo, consubstancial al Padre (y al Espíritu Santo). En la expresión 'YO SOY', que Jesucristo utiliza al referirse a su propia persona, encontramos un eco del nombre con el cual Dios se ha manifestado a Sí mismo hablando a Moisés (Cfr. Ex. 3, 14). Ya que Cristo se aplica a Sí mismo aquel 'YO SOY' (Cfr. Jn 13, 19), hemos de recordar que este nombre define a Dios no solamente en cuanto Absoluto (Existencia en sí del Ser por Sí mismo), sino también como El que ha establecido a alianza con Abrahán y con su descendencia y que, en virtud de a alianza, envía a Moisés a liberar a Israel (es decir, a los descendientes de Abrahán) de la esclavitud de Egipto. Así pues, aquel 'YO SOY' contiene en sí también un significado sotereológico, habla del Dios de a alianza que está con el hombre (con Israel) para salvarlo. Indirectamente habla del Emmanuel (Cfr. Is 7, 14), el 'Dios con nosotros'.


3. El 'YO SOY' de Cristo (sobre todo en el Evangelio de Juan) debe entenderse del mismo modo. Sin duda indica la Preexistencia divina del Verbo) Hijo (hemos hablado de este tema en la catequesis precedente), pero al mismo tiempo, reclama el cumplimiento de la profecía de Isaías sobre el Emmanuel, el 'Dios con nosotros'. 'YO SOY' significa pues )tanto en el Evangelio de Juan como en los Evangelios sinópticos), también 'Yo estoy con vosotros' (Cfr. Mt 28, 20). 'Salí del Padre y vine al mundo' (Jn 16, 28), '...a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10). La verdad sobre la salvación (la sotereología), ya presente en el Antiguo Testamento mediante la revelación del nombre de Dios, se reafirma y expresa hasta el fondo por la autorrevelación de Dios en Jesucristo. Justamente en este sentido el Hijo del hombre es verdadero Dios, Hijo de la misma naturaleza del Padre que ha querido estar 'con nosotros' para salvarnos.

4. Hemos de tener constantemente presentes estas consideraciones preliminares cuando intentamos recabar del Evangelio todo lo que revela la Divinidad de Cristo. Algunos pasajes evangélicos importantes desde este punto de vista, son !os siguientes: ante todo, el último coloquio del Maestro con los Apóstoles, en la vigilia de la pasión, cuando habla de 'la casa del Padre', en la cual El va a prepararles un lugar (Cfr. Jn 14, 1-3). Respondiendo a Tomás que le preguntaba sobre el camino, Jesús dice: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida'. Jesús es el camino porque ninguno va al Padre sino por medio de El (Cfr. Jn 14, 6). Más aún: quien lo ve a El, ve al Padre (Cfr. Jn 14, 9). '¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?' (Jn 14,10). Es bastante fácil darse cuenta de que, en tal contexto, ese proclamarse 'verdad' y 'vida' equivale a referir a Sí mismo atributos propios del Ser divino: Ser- Verdad, Ser-Vida.


Al día siguiente Jesús dirá a Pilato: 'Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad' (Jn 18, 37). El testimonio de la verdad puede darlo el hombre, pero 'ser la verdad' es un atributo exclusivamente divino. Cuando Jesús, en cuanto verdadero hombre, da testimonio de la verdad, tal testimonio tiene su fuente en el hecho de que El mismo 'es la verdad' en la subsistente verdad de Dios: 'Yo soy... la verdad'. Por esto El puede decir también que es 'la luz del mundo', y así, quien lo sigue, 'no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida' (Cfr. Jn 8, 12).

5. Análogamente, todo esto es válido también para la otra palabra de Jesús: 'Yo soy... la vida' (Jn 14, 6). El hombre que es una criatura, puede 'tener vida', la puede incluso 'dar', de la misma manera que Cristo 'da' su vida para la salvación del mundo (Cfr. Mc 10, 45 y paralelos). Cuando Jesús habla de este 'dar la vida' se expresa como verdadero hombre. Pero El 'es la vida' porque es verdadero Dios. Lo afirma El mismo antes de resucitar a Lázaro, cuando dice a la hermana del difunto, Marta: 'Yo soy la resurrección y la vida' (Jn 11, 25). En la resurrección confirmará definitivamente que la vida que El tiene como Hijo del hombre no está sometida a la muerte. Por El es la vida, y, por tanto, es Dios. Siendo la Vida, El puede hacer partícipes de ésta a los demás: 'El que cree en mí, aunque muera vivirá' (Jn 11, 25). Cristo puede convertirse también (en la Eucaristía) en 'el pan de la vida' (Cfr. Jn 6, 35-48) 'el pan vivo bajado del cielo' (Jn 6, 51). También en este sentido Cristo se compara con la vid la cual vivifica los sarmientos que permanecen injertados en El (Cfr. Jn 15, 1), es decir, a todos los que forman parte de su Cuerpo místico.


6. A estas expresiones tan transparentes sobre el misterio de la Divinidad escondida en el 'Hijo del hombre', podemos añadir alguna otra, en la que el mismo concepto aparece revestido de imágenes que pertenecen ya al Antiguo Testamento y, especialmente, a los Profetas, y que Jesús atribuye a Sí mismo.

Este es el caso. por ejemplo de la imagen del Pastor. Es muy conocida la parábola del Buen Pastor en la que Jesús habla de Sí mismo y de su misión salvífica: 'Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas' (Jn 10, 11). En el libro de Ezequiel leemos: 'Porque así dice el Señor Yahvéh: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada.... buscaré la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré la perniquebrada y curaré la enferma... apacentaré con justicia' (Ez 34, 11, 15)16). 'Rebaño mío, vosotros sois las ovejas de mi grey, y yo soy vuestro Dios' (Ez 34, 31). Una imagen parecida la encontramos también en Jeremías (Cfr. 23, 3).


7. Hablando de Sí mismo como del Buen Pastor, Cristo indica su misión redentora ('Doy la vida por las ovejas'); al mismo tiempo, dirigiéndose a los oyentes que conocían las profecías de Ezequiel y de Jeremías, indica con bastante claridad su identidad con Aquel que en el Antiguo Testamento había hablado de Sí mismo como de un Pastor diligente, declarando: 'Yo soy vuestro Dios' (Ez 34, 31).

En la enseñanza de los Profetas, el Dios de a antigua alianza se ha presentado también como el Esposo de Israel, su pueblo. 'Porque tu marido es tu Hacedor Yahvéh de los ejércitos es su nombre, y tu Redentor es el Santo de Israel' (Is 54, 5; Cfr. también Os 2, 21-22). Jesús hace referencia más de una vez a esta semejanza de sus enseñanzas (Cfr. Mc 2, 19-20 y paralelos; Mt 25,1-12; Lc 12, 36; también Jn 3, 27-29). Estas serán sucesivamente desarrolladas por San Pablo, que en sus Cartas presenta a Cristo como el Esposo de su Iglesia (Cfr. Ef 5, 25-29).


8. Todas estas expresiones, y otras similares, usadas por Jesús en sus enseñanzas, adquieren significado pleno si las releemos en el contexto de lo que El hacía y decía. Estas expresiones constituyen las 'unidades temáticas' que, en el ciclo de las presentes catequesis sobre Jesucristo, han de estar constantemente unidas al conjunto de las meditaciones sobre el Hombre-Dios.

Cristo: verdadero Dios y verdadero Hombre. 'YO SOY' como nombre de Dios indica la Esencia divina, cuyas propiedades o atributos son: la Verdad, la Luz, la Vida, y lo que se expresa también mediante las imágenes del Buen Pastor del Esposo. Aquel que dijo de Sí mismo: 'Yo soy el que soy' (Ex 3,14), se presentó también como el Dios de a alianza, como el Creador y, a la vez, el Redentor, como el Emmanuel: Dios que salva. Todo esto se confirma y actúa en la Encarnación de Jesucristo.

Jesuscristo , verdadero Hombre


Jesucristo, verdadero hombre (27.I.88)

1. Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre: es el misterio central de nuestra fe y es también la verdad) clave de nuestras catequesis cristológicas. Esta mañana nos proponemos buscar el testimonio de esta verdad en la Sagrada Escritura, especialmente en los Evangelios y en la tradición cristiana.

Hemos visto ya que en los Evangelio Jesucristo se presenta y se da a conocer como Dios-Hijo, especialmente cuando declara: 'Yo y el Padre somos una sola cosa' (Jn 10, 30), cuando se atribuye a Sí mismo el nombre de Dios 'Yo soy' (Cfr. Jn 8, 58), y los atributos divinos; cuando afirma que le 'ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra' (Mt 28, 18): el poder del juicio final sobre todos los hombres y el poder sobre la ley (Mt 5, 22. 28. 32. 34. 39. 44) que tiene su origen y su fuerza en Dios, V por último el poder de perdonar los pecados (Cfr. Jn 20, 22)23), porque aun habiendo recibido del Padre el poder de pronunciar el 'juicio' final sobre el mundo (Cfr. Jn 5, 22), El viene al mundo 'a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10).
Para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza 'milagros', es decir, 'signos' que testimonian que junto con El ha venido al mundo el reino de Dios.

2. Pero este Jesús que, a través de todo lo que 'hace y enseña', da testimonio de Sí como Hijo de Dios, a la vez se presenta a Sí mismo y se da a conocer como verdadero hombre. Todo el Nuevo Testamento y en especial los Evangelios atestiguan de modo inequívoco esta verdad, de la cual Jesús tiene un conocimiento clarísimo y que los Apóstoles y Evangelistas conocen, reconocen y transmiten sin ningún género de duda. Por tanto, debemos dedicar la catequesis de hoy a recoger y a comentar al menos en un breve bosquejo los datos evangélicos sobre esta verdad, siempre en conexión con cuanto hemos dicho anteriormente sobre Cristo como verdadero Dios.
Este modo de aclarar la verdadera humanidad del Hijo de Dios es hoy indispensable, dada la tendencia tan difundida a ver y a presentar a Jesús sólo como hombre: un hombre insólito y extraordinario, pero siempre y sólo un hombre. Esta tendencia característica de los tiempos modernos es en cierto modo antitética a la que se manifestó bajo formas diversas en los primeros siglos del cristianismo y que tomó el nombre de 'docetismo'. Según los 'docetas', Jesucristo era un hombre 'aparente', es decir, tenia a apariencia de un hombre, pero en realidad era solamente Dios.

Frente a estas tendencias opuestas, la Iglesia profesa y proclama firmemente la verdad sobre Cristo como Dios-hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre; una sola Persona (la divina del Verbo) subsistente en dos naturalezas, la divina y la humana, como enseña el catecismo. Es un profundo misterio de nuestra fe, pero encierra en sí muchas luces.

3. Los testimonios bíblicos sobre la verdadera humanidad de Jesucristo son numerosos y claros. Queremos reagruparlos ahora para explicarlos después en las próximas catequesis.
El punto de arranque es aquí la verdad de la Encarnación: 'Et incarnatus est', profesamos en el Credo. Más distintamente se expresa esta verdad en e el prólogo del Evangelio de Juan: 'Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros' (Jn 1, 14). Carne (en griego 'sarx') significa el hombre en concreto, que comprende la corporeidad y, por tanto, !a precariedad, la debilidad, en cierto sentido la caducidad ('Toda carne es hierba', leemos en el libro de Isaías 40, 6). Jesucristo es hombre en este significado de la palabra 'carne.'

Esta carne (y por tanto la naturaleza humana) la ha recibido Jesús de su Madre, María, la Virgen de Nazaret. Si San Ignacio de Antioquía llama a Jesús 'sarcóforos' (Ad Smirn., 5), con esta palabra indica claramente su nacimiento humano de una mujer, que le ha dado la 'carne humana'. San Pablo había dicho ya que 'envió Dios a su Hijo, nacido de mujer' (Gal 4, 4).

4. El Evangelista Lucas habla de este nacimiento de una mujer cuando describe los acontecimientos de la noche de Belén: 'Estando allí se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito y le envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre' (Lc 2, 6-7). El mismo Evangelista nos da a conocer que el octavo día después del nacimiento, el Niño fue sometido a la circuncisión ritual y 'le dieron el nombre de Jesús (Lc 2, 21). El día cuadragésimo fue ofrecido como 'primogénito' en el templo jerosolimitano según la ley de Moisés (Cfr. Lc 2, 22-24)
Y, como cualquier otro niño, también este 'Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría' (Lc 2, 40). 'Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres' (Lc 2, 52).

5. Veámoslo de adulto, como nos lo presentan más frecuentemente los Evangelios. Como verdadero hombre, hombre de carne (sarx), Jesús experimentó el casancio, el hambre y la sed. Leemos: 'Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre' (Mt 4, 2). Y en otro lugar: 'Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber' (Jn 4, 6).
Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su 'Tengo sed' (Jn 19, 28), en el cual está contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.

6. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir como sufrió Jesús en el Gólgota, sólo un verdadero hombre ha podido morir como murió verdaderamente Jesús. Esta muerte la constataron muchos testigos oculares, no sólo amigos y discípulos, sino, como leemos en el Evangelio de San Juan, los mismos soldados que 'llegando, a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua' (Jn 19, 33-34).
'Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado': con estas palabras del Símbolo de los Apóstoles la Iglesia profesa la verdad del nacimiento y de la muerte de Jesús. La verdad de la Resurrección se atestigua inmediatamente después con las palabras: 'al tercer día resucitó de entre los muertos'.

7. La resurrección confirma de un modo nuevo que Jesús es verdadero hombre: si el Verbo para nacer en él tiempo 'se hizo carne', cuando, resucito volvió a tomar el propio cuerpo de hombre. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir y morir en la cruz, sólo un verdadero hombre ha podido resucitar. Resucitar quiere decir volver a la vida en el cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado, dotado de nuevas cualidades y potencias, y al final incluso glorificado (como en a ascensión de Cristo y en la futura resurrección de los muertos), pero es cuerpo verdaderamente humano. En efecto, Cristo resucitado se pone en contacto con los Apóstoles, ellos lo ven, lo miran, tocan a las cicatrices que quedaron después de la crucifixión y El no sólo habla y se entretiene con ellos, sino que incluso acepta su comida: 'Le dieron un trozo de pez asado y tomándolo comió delante de ellos' (Lc 24, 42-43). Al final Cristo con este cuerpo resucitado y ya glorificado pero siempre cuerpo de verdadero hombre asciende al cielo para sentarse 'a la derecha del Padre'.

8. Por tanto verdadero Dios y verdadero hombre. No un hombre aparente, no un 'fantasma' (homo phantasticus), sino hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el grupo de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su testimonio.
Notamos desde ahora que así las cosas no existe en Cristo una antinomia entre lo que es 'divino' y lo que es 'humano'. Si el hombre desde el comienzo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gen 1, 27; 5, 1), y por tanto lo que es 'humano puede manifestar también lo que es 'divino', mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. El reveló su divinidad mediante la humanidad, mediante una vida auténticamente humana. Su 'humanidad' sirvió para revelar su 'divinidad': su Persona de Verbo-Hijo.

Al mismo tiempo El como Dios)Hijo no era, por ello, menos hombre. Para revelarse como Dios no estaba obligado a ser 'menos' hombre. Más aún: por este hecho El era 'plenamente' hombre, o sea en a asunción de la naturaleza humana en unidad con la Persona divina del Verbo, El realizaba en plenitud la perfección humana. Es una dimensión antropológica de la cristología sobre la que volveremos a hablar.




Jesus,, vida publica,,el camino al jordan

Después de treinta años de vivir una vida sencilla, de trabajo, de familia, Jesús emprende el camino.Deja todo atrás y comienza su vida pública. Tres años dedicados a cumplir su misión, predicando, curando, enseñando. Ha llegado el momento de anunciar el Reino de Dios, de dar las pistas necesarias para alcanzar la salvación.Conozcamos en profundiad todo lo que sucedió en estos tres años:

Ha llegado la horaJesús -un desconocido- toma el camino del Jordán. Deja Nazaret, y todos sus recuerdos. Lo deja impulsado por el Espíritu Santo, y consciente del gran reto del amor, que es redimir. Sabe que tiene que comprar a gran precio la vida de los hombres y camina decidido. Cada paso es un acto de amor al mundo entero.

El mundo abre sus caminos a los pies de aquél que anunciará la buena nueva. La mente y el corazón de Jesús se abren a todos. Ha llegado la hora en que el Eterno abre la historia a un tiempo nuevo. Ha llegado un paso más de la plenitud del tiempo. Ha llegado la luz al mundo que se bate en las tinieblas.Al dejar Nazaret, Jesús deja muchas cosas. Treinta años de vida de amor intenso. Conoció un hogar con calor de amor en todos sus rincones. Todos allí sirven por amor.

José pasó de hombre joven a maduro hasta conocer la muerte, con el consuelo de estar con María -esposa virgen- y el Niño, que ya es hombre, junto a su último suspiro. María pone un toque maternal en todos los rincones. Su maternidad virginal es tan pura, que es la madre más madre de todas las madres. José puso el taller donde Jesús santificó el trabajo de los hombres, elevando el quehacer de las manos y la mente a vocación de santidad y redención que completa el acto creador de cada esfuerzo. Y el sudor que vino desde Adán se torna salvador; aunque cueste, es acto de amor. Deja Jesús en Nazaret muchas horas de oración en silencio amoroso, en canto de salmos y oración pública con José y con María. Deja el suave obedecer, donde el mandato más fuerte es “por favor”.

Donde todos obedecen a todos, aunque siguiendo el orden que quiso el Padre eterno, y el Hijo quien más obedece, y está más sujeto, pues ama con esa libertad que todo puede. Deja de escuchar los dulces cantos de María, sus coloquios cuando cae la tarde y al mediodía. Deja la comida familiar que, aunque austera, es alivio del cuerpo y ocasión de encuentro familiar, siempre nuevo. Deja el descanso cuando el cuerpo se rinde al sueño, y reposa confiado sin miedo alguno. Deja eso, que es familia, que es amor encarnado en la tierra, reflejo de la vida del Eterno, para entrar en un mundo que ofrece mil sorpresas, algunas amorosas, otras hostiles, todas ellas difíciles. Pero camina decidido, pues el amor ha madurado en aquella casa es el que le lleva, diciendo de nuevo: "¿No sabéis que debe dedicarme a las cosas de mi Padre" (Lc).

El camino desciende por la feraz llanura de Esdrelón; se acerca por Samaria al río Jordán, y allí en silencio peregrino se dirige al lugar dónde está Juan cerca de Judea, va buscando al nuevo profeta que clama en el desierto. Juan es el pariente que, con signos de Dios, vino a este mundo de madre estéril y fecunda por gracia de Dios, que todo lo cuida, para bien de los hombres. La llamada a la conversión se hace clamorosa y muchos, conscientes de sus pecados, caminan hacia las aguas, sin saber que junto a ellos va también un hombre joven y maduro que quiere llevar sobre sí el pecado de todos y el pecado del mundo.

Camina Jesús abriendo el mundo a tres años que le cambiarán de desierto en paraíso para todo aquel que quiera amar del mismo modo que Jesús, y creer con la fe nueva. Dios que camina entre los hombres.