El Verbo se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios: "Dios nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10)."El Padre envió a su Hijo para ser salvador del mundo" (1 Jn 4, 14). "El se manifestó para quitar los pecados" (1 Jn 3, 5): CIC457
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdida la posesión del bien, era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacia falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San Gregorio de Nisa, or. catech. 15).
"En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dio s al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).
Cristo es verdadero hombre. ¡Qué importante es aplicar esta verdad a nuestra vida! Él me acompaña en los momentos más alegres de la vida, como en la boda de Cana o en la fiesta que organizó el fariseo. Intuye mi dolor, como lo hizo con la madre viuda que había perdido su hijo. Llora con mis tristezas, como lloró la muerte de Lázaro. Entiende mis tentaciones, pues él las experimentó en el desierto. Comprende mi rebeldía ante la voluntad del Padre, ya que él también experimentó en Getsemaní lo duro de los planes del Padre. Me alienta ante los sentimientos de soledad afectiva, pues en la cruz él supo lo que significa sentirse abandonado del amor del Padre. En verdad, ¡qué paz, serenidad y felicidad alcanzará nuestra conciencia si tenemos presente que Jesucristo es hombre como y con nosotros! Eso sí, excepto en el pecado.
Cristo se presenta con un rostro doliente y a la vez con un rostro resucitado. Esta doble característica comporta una especial importancia para la vida. "Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del ´rostro´ del pecado" (n.25). Esta expresión del Papa es verdaderamente fuerte.
Jesucristo no tuvo pecado, pero experimentó el dolor del pecado, una experiencia que duró unos momentos para dar paso a la felicidad de la resurrección. De modo similar, en nuestra vida el pecado ofrece un placer pasajero pero el mal permanece; en cambio, un acto bueno exige un sacrificio pasajero pero el bien queda. Por lo tanto no tengamos miedo al sufrimiento que comporta la vida recta pues el dolor pasará pero el bien permanecerá. (P. Juan Carlos Ortega )
No hay comentarios:
Publicar un comentario