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JESUCRISTO YO SOY EL CAMINO LA VERDAD Y LA VIDA


Jesucristo Dios, Camino, Verdad y Vida..

1. El ciclo de las catequesis sobre Jesucristo tiene como centro la realidad revelada del Dios)Hombre. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es la realidad expresada coherentemente en la verdad de la unidad inseparable de la persona de Cristo. Sobre esta verdad no podemos tratar de modo desarticulado y, mucho menos, separando un aspecto del otro. Sin embargo, por el carácter analítico y progresivo del conocimiento humano y, también en parte, por el modo de proponer esta verdad, que encontramos en la fuente misma de la Revelación (ante todo la Sagrada Escritura), debemos intentar indicar aquí, en primer lugar, lo que demuestra la divinidad, y, por tanto, lo que demuestra la humanidad del único Cristo.

2. Jesucristo es verdadero Dios. Es Dios-Hijo, consubstancial al Padre (y al Espíritu Santo). En la expresión 'YO SOY', que Jesucristo utiliza al referirse a su propia persona, encontramos un eco del nombre con el cual Dios se ha manifestado a Sí mismo hablando a Moisés (Cfr. Ex. 3, 14). Ya que Cristo se aplica a Sí mismo aquel 'YO SOY' (Cfr. Jn 13, 19), hemos de recordar que este nombre define a Dios no solamente en cuanto Absoluto (Existencia en sí del Ser por Sí mismo), sino también como El que ha establecido a alianza con Abrahán y con su descendencia y que, en virtud de a alianza, envía a Moisés a liberar a Israel (es decir, a los descendientes de Abrahán) de la esclavitud de Egipto. Así pues, aquel 'YO SOY' contiene en sí también un significado sotereológico, habla del Dios de a alianza que está con el hombre (con Israel) para salvarlo. Indirectamente habla del Emmanuel (Cfr. Is 7, 14), el 'Dios con nosotros'.


3. El 'YO SOY' de Cristo (sobre todo en el Evangelio de Juan) debe entenderse del mismo modo. Sin duda indica la Preexistencia divina del Verbo) Hijo (hemos hablado de este tema en la catequesis precedente), pero al mismo tiempo, reclama el cumplimiento de la profecía de Isaías sobre el Emmanuel, el 'Dios con nosotros'. 'YO SOY' significa pues )tanto en el Evangelio de Juan como en los Evangelios sinópticos), también 'Yo estoy con vosotros' (Cfr. Mt 28, 20). 'Salí del Padre y vine al mundo' (Jn 16, 28), '...a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10). La verdad sobre la salvación (la sotereología), ya presente en el Antiguo Testamento mediante la revelación del nombre de Dios, se reafirma y expresa hasta el fondo por la autorrevelación de Dios en Jesucristo. Justamente en este sentido el Hijo del hombre es verdadero Dios, Hijo de la misma naturaleza del Padre que ha querido estar 'con nosotros' para salvarnos.

4. Hemos de tener constantemente presentes estas consideraciones preliminares cuando intentamos recabar del Evangelio todo lo que revela la Divinidad de Cristo. Algunos pasajes evangélicos importantes desde este punto de vista, son !os siguientes: ante todo, el último coloquio del Maestro con los Apóstoles, en la vigilia de la pasión, cuando habla de 'la casa del Padre', en la cual El va a prepararles un lugar (Cfr. Jn 14, 1-3). Respondiendo a Tomás que le preguntaba sobre el camino, Jesús dice: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida'. Jesús es el camino porque ninguno va al Padre sino por medio de El (Cfr. Jn 14, 6). Más aún: quien lo ve a El, ve al Padre (Cfr. Jn 14, 9). '¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?' (Jn 14,10). Es bastante fácil darse cuenta de que, en tal contexto, ese proclamarse 'verdad' y 'vida' equivale a referir a Sí mismo atributos propios del Ser divino: Ser- Verdad, Ser-Vida.


Al día siguiente Jesús dirá a Pilato: 'Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad' (Jn 18, 37). El testimonio de la verdad puede darlo el hombre, pero 'ser la verdad' es un atributo exclusivamente divino. Cuando Jesús, en cuanto verdadero hombre, da testimonio de la verdad, tal testimonio tiene su fuente en el hecho de que El mismo 'es la verdad' en la subsistente verdad de Dios: 'Yo soy... la verdad'. Por esto El puede decir también que es 'la luz del mundo', y así, quien lo sigue, 'no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida' (Cfr. Jn 8, 12).

5. Análogamente, todo esto es válido también para la otra palabra de Jesús: 'Yo soy... la vida' (Jn 14, 6). El hombre que es una criatura, puede 'tener vida', la puede incluso 'dar', de la misma manera que Cristo 'da' su vida para la salvación del mundo (Cfr. Mc 10, 45 y paralelos). Cuando Jesús habla de este 'dar la vida' se expresa como verdadero hombre. Pero El 'es la vida' porque es verdadero Dios. Lo afirma El mismo antes de resucitar a Lázaro, cuando dice a la hermana del difunto, Marta: 'Yo soy la resurrección y la vida' (Jn 11, 25). En la resurrección confirmará definitivamente que la vida que El tiene como Hijo del hombre no está sometida a la muerte. Por El es la vida, y, por tanto, es Dios. Siendo la Vida, El puede hacer partícipes de ésta a los demás: 'El que cree en mí, aunque muera vivirá' (Jn 11, 25). Cristo puede convertirse también (en la Eucaristía) en 'el pan de la vida' (Cfr. Jn 6, 35-48) 'el pan vivo bajado del cielo' (Jn 6, 51). También en este sentido Cristo se compara con la vid la cual vivifica los sarmientos que permanecen injertados en El (Cfr. Jn 15, 1), es decir, a todos los que forman parte de su Cuerpo místico.


6. A estas expresiones tan transparentes sobre el misterio de la Divinidad escondida en el 'Hijo del hombre', podemos añadir alguna otra, en la que el mismo concepto aparece revestido de imágenes que pertenecen ya al Antiguo Testamento y, especialmente, a los Profetas, y que Jesús atribuye a Sí mismo.

Este es el caso. por ejemplo de la imagen del Pastor. Es muy conocida la parábola del Buen Pastor en la que Jesús habla de Sí mismo y de su misión salvífica: 'Yo soy el buen pastor; el buen pastor da su vida por las ovejas' (Jn 10, 11). En el libro de Ezequiel leemos: 'Porque así dice el Señor Yahvéh: Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada.... buscaré la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré la perniquebrada y curaré la enferma... apacentaré con justicia' (Ez 34, 11, 15)16). 'Rebaño mío, vosotros sois las ovejas de mi grey, y yo soy vuestro Dios' (Ez 34, 31). Una imagen parecida la encontramos también en Jeremías (Cfr. 23, 3).


7. Hablando de Sí mismo como del Buen Pastor, Cristo indica su misión redentora ('Doy la vida por las ovejas'); al mismo tiempo, dirigiéndose a los oyentes que conocían las profecías de Ezequiel y de Jeremías, indica con bastante claridad su identidad con Aquel que en el Antiguo Testamento había hablado de Sí mismo como de un Pastor diligente, declarando: 'Yo soy vuestro Dios' (Ez 34, 31).

En la enseñanza de los Profetas, el Dios de a antigua alianza se ha presentado también como el Esposo de Israel, su pueblo. 'Porque tu marido es tu Hacedor Yahvéh de los ejércitos es su nombre, y tu Redentor es el Santo de Israel' (Is 54, 5; Cfr. también Os 2, 21-22). Jesús hace referencia más de una vez a esta semejanza de sus enseñanzas (Cfr. Mc 2, 19-20 y paralelos; Mt 25,1-12; Lc 12, 36; también Jn 3, 27-29). Estas serán sucesivamente desarrolladas por San Pablo, que en sus Cartas presenta a Cristo como el Esposo de su Iglesia (Cfr. Ef 5, 25-29).


8. Todas estas expresiones, y otras similares, usadas por Jesús en sus enseñanzas, adquieren significado pleno si las releemos en el contexto de lo que El hacía y decía. Estas expresiones constituyen las 'unidades temáticas' que, en el ciclo de las presentes catequesis sobre Jesucristo, han de estar constantemente unidas al conjunto de las meditaciones sobre el Hombre-Dios.

Cristo: verdadero Dios y verdadero Hombre. 'YO SOY' como nombre de Dios indica la Esencia divina, cuyas propiedades o atributos son: la Verdad, la Luz, la Vida, y lo que se expresa también mediante las imágenes del Buen Pastor del Esposo. Aquel que dijo de Sí mismo: 'Yo soy el que soy' (Ex 3,14), se presentó también como el Dios de a alianza, como el Creador y, a la vez, el Redentor, como el Emmanuel: Dios que salva. Todo esto se confirma y actúa en la Encarnación de Jesucristo.

Jesuscristo , verdadero Hombre


Jesucristo, verdadero hombre (27.I.88)

1. Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre: es el misterio central de nuestra fe y es también la verdad) clave de nuestras catequesis cristológicas. Esta mañana nos proponemos buscar el testimonio de esta verdad en la Sagrada Escritura, especialmente en los Evangelios y en la tradición cristiana.

Hemos visto ya que en los Evangelio Jesucristo se presenta y se da a conocer como Dios-Hijo, especialmente cuando declara: 'Yo y el Padre somos una sola cosa' (Jn 10, 30), cuando se atribuye a Sí mismo el nombre de Dios 'Yo soy' (Cfr. Jn 8, 58), y los atributos divinos; cuando afirma que le 'ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra' (Mt 28, 18): el poder del juicio final sobre todos los hombres y el poder sobre la ley (Mt 5, 22. 28. 32. 34. 39. 44) que tiene su origen y su fuerza en Dios, V por último el poder de perdonar los pecados (Cfr. Jn 20, 22)23), porque aun habiendo recibido del Padre el poder de pronunciar el 'juicio' final sobre el mundo (Cfr. Jn 5, 22), El viene al mundo 'a buscar y salvar lo que estaba perdido' (Lc 19, 10).
Para confirmar su poder divino sobre la creación, Jesús realiza 'milagros', es decir, 'signos' que testimonian que junto con El ha venido al mundo el reino de Dios.

2. Pero este Jesús que, a través de todo lo que 'hace y enseña', da testimonio de Sí como Hijo de Dios, a la vez se presenta a Sí mismo y se da a conocer como verdadero hombre. Todo el Nuevo Testamento y en especial los Evangelios atestiguan de modo inequívoco esta verdad, de la cual Jesús tiene un conocimiento clarísimo y que los Apóstoles y Evangelistas conocen, reconocen y transmiten sin ningún género de duda. Por tanto, debemos dedicar la catequesis de hoy a recoger y a comentar al menos en un breve bosquejo los datos evangélicos sobre esta verdad, siempre en conexión con cuanto hemos dicho anteriormente sobre Cristo como verdadero Dios.
Este modo de aclarar la verdadera humanidad del Hijo de Dios es hoy indispensable, dada la tendencia tan difundida a ver y a presentar a Jesús sólo como hombre: un hombre insólito y extraordinario, pero siempre y sólo un hombre. Esta tendencia característica de los tiempos modernos es en cierto modo antitética a la que se manifestó bajo formas diversas en los primeros siglos del cristianismo y que tomó el nombre de 'docetismo'. Según los 'docetas', Jesucristo era un hombre 'aparente', es decir, tenia a apariencia de un hombre, pero en realidad era solamente Dios.

Frente a estas tendencias opuestas, la Iglesia profesa y proclama firmemente la verdad sobre Cristo como Dios-hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre; una sola Persona (la divina del Verbo) subsistente en dos naturalezas, la divina y la humana, como enseña el catecismo. Es un profundo misterio de nuestra fe, pero encierra en sí muchas luces.

3. Los testimonios bíblicos sobre la verdadera humanidad de Jesucristo son numerosos y claros. Queremos reagruparlos ahora para explicarlos después en las próximas catequesis.
El punto de arranque es aquí la verdad de la Encarnación: 'Et incarnatus est', profesamos en el Credo. Más distintamente se expresa esta verdad en e el prólogo del Evangelio de Juan: 'Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros' (Jn 1, 14). Carne (en griego 'sarx') significa el hombre en concreto, que comprende la corporeidad y, por tanto, !a precariedad, la debilidad, en cierto sentido la caducidad ('Toda carne es hierba', leemos en el libro de Isaías 40, 6). Jesucristo es hombre en este significado de la palabra 'carne.'

Esta carne (y por tanto la naturaleza humana) la ha recibido Jesús de su Madre, María, la Virgen de Nazaret. Si San Ignacio de Antioquía llama a Jesús 'sarcóforos' (Ad Smirn., 5), con esta palabra indica claramente su nacimiento humano de una mujer, que le ha dado la 'carne humana'. San Pablo había dicho ya que 'envió Dios a su Hijo, nacido de mujer' (Gal 4, 4).

4. El Evangelista Lucas habla de este nacimiento de una mujer cuando describe los acontecimientos de la noche de Belén: 'Estando allí se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito y le envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre' (Lc 2, 6-7). El mismo Evangelista nos da a conocer que el octavo día después del nacimiento, el Niño fue sometido a la circuncisión ritual y 'le dieron el nombre de Jesús (Lc 2, 21). El día cuadragésimo fue ofrecido como 'primogénito' en el templo jerosolimitano según la ley de Moisés (Cfr. Lc 2, 22-24)
Y, como cualquier otro niño, también este 'Niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría' (Lc 2, 40). 'Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres' (Lc 2, 52).

5. Veámoslo de adulto, como nos lo presentan más frecuentemente los Evangelios. Como verdadero hombre, hombre de carne (sarx), Jesús experimentó el casancio, el hambre y la sed. Leemos: 'Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre' (Mt 4, 2). Y en otro lugar: 'Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente... Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: dame de beber' (Jn 4, 6).
Jesús tiene, pues, un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión. Durante la terrible agonía, mientras moría en el madero de la cruz, Jesús pronuncia aquel su 'Tengo sed' (Jn 19, 28), en el cual está contenida una última, dolorosa y conmovedora expresión de la verdad de su humanidad.

6. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir como sufrió Jesús en el Gólgota, sólo un verdadero hombre ha podido morir como murió verdaderamente Jesús. Esta muerte la constataron muchos testigos oculares, no sólo amigos y discípulos, sino, como leemos en el Evangelio de San Juan, los mismos soldados que 'llegando, a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua' (Jn 19, 33-34).
'Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado': con estas palabras del Símbolo de los Apóstoles la Iglesia profesa la verdad del nacimiento y de la muerte de Jesús. La verdad de la Resurrección se atestigua inmediatamente después con las palabras: 'al tercer día resucitó de entre los muertos'.

7. La resurrección confirma de un modo nuevo que Jesús es verdadero hombre: si el Verbo para nacer en él tiempo 'se hizo carne', cuando, resucito volvió a tomar el propio cuerpo de hombre. Sólo un verdadero hombre ha podido sufrir y morir en la cruz, sólo un verdadero hombre ha podido resucitar. Resucitar quiere decir volver a la vida en el cuerpo. Este cuerpo puede ser transformado, dotado de nuevas cualidades y potencias, y al final incluso glorificado (como en a ascensión de Cristo y en la futura resurrección de los muertos), pero es cuerpo verdaderamente humano. En efecto, Cristo resucitado se pone en contacto con los Apóstoles, ellos lo ven, lo miran, tocan a las cicatrices que quedaron después de la crucifixión y El no sólo habla y se entretiene con ellos, sino que incluso acepta su comida: 'Le dieron un trozo de pez asado y tomándolo comió delante de ellos' (Lc 24, 42-43). Al final Cristo con este cuerpo resucitado y ya glorificado pero siempre cuerpo de verdadero hombre asciende al cielo para sentarse 'a la derecha del Padre'.

8. Por tanto verdadero Dios y verdadero hombre. No un hombre aparente, no un 'fantasma' (homo phantasticus), sino hombre real. Así lo conocieron los Apóstoles y el grupo de creyentes que constituyó la Iglesia de los comienzos. Así nos hablaron en su testimonio.
Notamos desde ahora que así las cosas no existe en Cristo una antinomia entre lo que es 'divino' y lo que es 'humano'. Si el hombre desde el comienzo ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Cfr. Gen 1, 27; 5, 1), y por tanto lo que es 'humano puede manifestar también lo que es 'divino', mucho más ha podido ocurrir esto en Cristo. El reveló su divinidad mediante la humanidad, mediante una vida auténticamente humana. Su 'humanidad' sirvió para revelar su 'divinidad': su Persona de Verbo-Hijo.

Al mismo tiempo El como Dios)Hijo no era, por ello, menos hombre. Para revelarse como Dios no estaba obligado a ser 'menos' hombre. Más aún: por este hecho El era 'plenamente' hombre, o sea en a asunción de la naturaleza humana en unidad con la Persona divina del Verbo, El realizaba en plenitud la perfección humana. Es una dimensión antropológica de la cristología sobre la que volveremos a hablar.




Jesus,, vida publica,,el camino al jordan

Después de treinta años de vivir una vida sencilla, de trabajo, de familia, Jesús emprende el camino.Deja todo atrás y comienza su vida pública. Tres años dedicados a cumplir su misión, predicando, curando, enseñando. Ha llegado el momento de anunciar el Reino de Dios, de dar las pistas necesarias para alcanzar la salvación.Conozcamos en profundiad todo lo que sucedió en estos tres años:

Ha llegado la horaJesús -un desconocido- toma el camino del Jordán. Deja Nazaret, y todos sus recuerdos. Lo deja impulsado por el Espíritu Santo, y consciente del gran reto del amor, que es redimir. Sabe que tiene que comprar a gran precio la vida de los hombres y camina decidido. Cada paso es un acto de amor al mundo entero.

El mundo abre sus caminos a los pies de aquél que anunciará la buena nueva. La mente y el corazón de Jesús se abren a todos. Ha llegado la hora en que el Eterno abre la historia a un tiempo nuevo. Ha llegado un paso más de la plenitud del tiempo. Ha llegado la luz al mundo que se bate en las tinieblas.Al dejar Nazaret, Jesús deja muchas cosas. Treinta años de vida de amor intenso. Conoció un hogar con calor de amor en todos sus rincones. Todos allí sirven por amor.

José pasó de hombre joven a maduro hasta conocer la muerte, con el consuelo de estar con María -esposa virgen- y el Niño, que ya es hombre, junto a su último suspiro. María pone un toque maternal en todos los rincones. Su maternidad virginal es tan pura, que es la madre más madre de todas las madres. José puso el taller donde Jesús santificó el trabajo de los hombres, elevando el quehacer de las manos y la mente a vocación de santidad y redención que completa el acto creador de cada esfuerzo. Y el sudor que vino desde Adán se torna salvador; aunque cueste, es acto de amor. Deja Jesús en Nazaret muchas horas de oración en silencio amoroso, en canto de salmos y oración pública con José y con María. Deja el suave obedecer, donde el mandato más fuerte es “por favor”.

Donde todos obedecen a todos, aunque siguiendo el orden que quiso el Padre eterno, y el Hijo quien más obedece, y está más sujeto, pues ama con esa libertad que todo puede. Deja de escuchar los dulces cantos de María, sus coloquios cuando cae la tarde y al mediodía. Deja la comida familiar que, aunque austera, es alivio del cuerpo y ocasión de encuentro familiar, siempre nuevo. Deja el descanso cuando el cuerpo se rinde al sueño, y reposa confiado sin miedo alguno. Deja eso, que es familia, que es amor encarnado en la tierra, reflejo de la vida del Eterno, para entrar en un mundo que ofrece mil sorpresas, algunas amorosas, otras hostiles, todas ellas difíciles. Pero camina decidido, pues el amor ha madurado en aquella casa es el que le lleva, diciendo de nuevo: "¿No sabéis que debe dedicarme a las cosas de mi Padre" (Lc).

El camino desciende por la feraz llanura de Esdrelón; se acerca por Samaria al río Jordán, y allí en silencio peregrino se dirige al lugar dónde está Juan cerca de Judea, va buscando al nuevo profeta que clama en el desierto. Juan es el pariente que, con signos de Dios, vino a este mundo de madre estéril y fecunda por gracia de Dios, que todo lo cuida, para bien de los hombres. La llamada a la conversión se hace clamorosa y muchos, conscientes de sus pecados, caminan hacia las aguas, sin saber que junto a ellos va también un hombre joven y maduro que quiere llevar sobre sí el pecado de todos y el pecado del mundo.

Camina Jesús abriendo el mundo a tres años que le cambiarán de desierto en paraíso para todo aquel que quiera amar del mismo modo que Jesús, y creer con la fe nueva. Dios que camina entre los hombres.